viernes, 28 de noviembre de 2014

Para mi hija Almendra

Durante mi embarazo leí muchas crónicas, cuentos, experiencias sobre el parto. Todas, pero absolutamente todas, me hicieron llorar. O porque eran muy emocionantes o simplemente porque siempre terminaba soñando con el momento de conocerle su cara, tocarla, llenarla de besos, alimentarla. Soñaba con nuestro encuentro, lo imaginaba, lo respiraba, lo sentía por mi piel, en tus movimientos, ya faltaba poco.

Pasaron un poquito más de dos meses de aquel día, y hasta hoy esperaba que se materialicen algunas palabras pero mágicamente no iba a suceder, así que me inventó un ratito frente a una hoja en blanco y, mientras imagino las palabras, aparecen las emociones en mí. Frescas y llenas de momentos que hoy no puedo estar segura si pasaron exactamente así como voy a escribirlas, pero así quedaron marcadas en mí.

Durante todo mi embarazo disfruté de cada etapa, me maravillaba con la idea de que un ser estaba creciendo en mi vientre, esa fuerza de la naturaleza tomaba espacio en mí, y éramos dos en una y una a la vez.  Cada paso, cada clase, cada respiración la tomábamos juntas. Soy muy exigente con mi fuerza, con el poder de ser mujer, aquella que acuna, nutre y pare a su cachorro. Mi mayor deseo era parirte, así con la fuerza de todas las mujeres, ellas vibrando, alentando en mí, por nosotras. Y así fue. Fue perfecto. Vos y yo juntas supimos abrir el canal de salida para nuestro encuentro…  la naturaleza en nosotras nos facilitó ese encuentro.

El miércoles 17 de septiembre fuimos a lo de Oscar, controlábamos tu líquido, tus latidos, mi presión, todo iba perfecto. Oscar nos dijo ese día que ya había un centímetro de dilatación. Papá y yo nos miramos, lo miramos y preguntamos: ¿Cuánto falta? Él, calmo, nos dijo “no se sabe, la naturaleza está actuando y, de forma natural, se va a desencadenar tu trabajo de parto”. Disfruten de la incertidumbre, dijo, y así nos fuimos. Nos abrazamos, sabíamos que no debía faltar mucho, pero para calmar nuestra ansiedad Oscar nos dijo: “nosotros la vamos a esperar hasta el 7 de octubre” (la fecha original de parto).

El jueves pasamos muchas contracciones, parecían regulares y luego se cortaban, así durante todo el día. Paso la bobe a verte en la panza, ella sabía iba a ser la última vez de verte de esa forma, de sentirte de esa manera. Me vio la panza, temió que quisieras salir por el ombligo. Yo estaba que explotaba. Te habló y dijo “esperá hasta mañana”. A la noche vinieron a cenar tus otros abuelos, fue especialmente tu abuela, ella me vio y lo supo, que se dio cuenta de que no faltaba mucho más. Yo era un sapo hinchado, vos y yo gigantes. Papá y yo nos fuimos a dormir, yo dormía como podía.
El viernes 19 de septiembre a la mañana ya tenía contracciones continuas y fuertes. Tu papá se había ido a trabajar y yo estaba en la cama avisándole de cada una. Estuve durante más de dos horas y él me dijo “basta, voy a casa, esto es muy continuo”. Yo no caía en esto realmente, le dije que no se fuera, que no perdiera un día de trabajo, que después lo íbamos a necesitar. Las contracciones seguían. Yo escuchaba música y respiraba atenta a cada una. Las sentía fuertes pero no me asustaban. Tu papá llegó y yo debo haberme relajado, porque durante veinte minutos no vino ninguna contracción. Ahí le dije, ‘¿viste? Hoy no nace’. Y le pedí algo de comer, un poco de queso y cereales con leche. Las contracciones continuaron, pero yo ya daba por descontado que el trabajo de parto no había comenzado. Le propuse ir a almorzar a un lugarcito que íbamos cuando empezamos a salir, él me miraba y yo sabía que pensaba que estaba totalmente loca. Le propuse también que aprovechando la salida lleváramos al Ashram (mi salón de Yoga y meditación) las velas que había comprado. Lo convencí. Subimos al auto, por supuesto que sin el bolso del sanatorio. Para ese momento papá le había escrito a Norma y a Pipa para que estuvieran atentos. Ellos ya lo sabían, papá ya lo sabía. En el auto estuvimos frenados durante varios minutos por un árbol caído, y las contracciones venían cada siete o cinco minutos. Papá le escribió a Oscar y le dijo ‘las contracciones no cesan y el tapón mucoso cae sin parar’. Estacionamos a tres cuadras del Ashram y Oscar me llama: “¿Seguís con contracciones? Llamala a Norma y que te vea en la Suizo”. Yo corto y, totalmente sorprendida, le cuento a papá que dijo de ir allá. A mí me parecía lógico que si ya estábamos allí debíamos dejar las velas. Lo hicimos. Caminamos las tres cuadras, las contracciones, vos, papá y yo. Subimos, dejamos las velas y volvimos al auto. Norma nos dijo ‘a las 14 nos encontramos en la Suizo, tercer piso’. Supongo que percibió que yo no lo creía y me aclaró: “Llevá el bolso y los estudios eh”.  Yo no entendía nada, las contracciones dolían, pero en mi imaginación no eran así aquellas contracciones que me llevarían a nuestro encuentro. Llegamos a casa, dejamos el auto, yo esperaba abajo mientras papá buscaba el bolso arriba.

Viernes 19 de septiembre 13.50 (aproximado, creo, pensemos que sí). Nos subimos al taxi, el papá de dos nenas nos pregunta, ‘¿saco el pañuelo blanco y toco bocina?’ Nos reímos los tres y decidimos que mejor llegar tranquilos, de todas formas nos separan solo 15 cuadras del sanatorio. Llegamos y nos sentamos a esperar a Norma. Alrededor, parejas, futuras abuelas, futuros papás y mamás con sus bolsitos. Yo me preguntaba si ellos ya sabían qué día iban a conocer a sus bebitos y, nadando en mis pensamientos, veo llegar a Norma. Pasamos a una salita donde monitoreamos tu frecuencia cardíaca, hermosa, fuerte y firme. Norma me dice ‘tenés dos y un poquito de dilatación, esperemos veinte minutos más’. Bueno, llegaron los cuatro de dilatación y ella nos dice ‘vayan a hacer el trámite de internación mientras voy a cambiarme’. Llama a Oscar, él le cuenta que yo no quería anestesia y le pregunta si cree que podría soportarlo. Resuelven que sí y no llaman al anestesista. Corta y le pregunto: ‘¿Internación? ¿Cómo? ¿Nace hoy?’ Y ella, dulce, riendo, me dice: “No solamente hoy, en unas horas”.

Mientras hacíamos los papeles yo volvía sobre mis pensamientos, estaba segura de que ibas a nacer de noche y con lluvia. Era un viernes soleado, hermoso y eran un poco más de las dos de la tarde. No sabíamos qué día era y, sin embargo, ya nunca más vamos a olvidar esa fecha.
Entro a un cuartito a cambiarme, Norma me espera, entramos a una sala de parto, linda, llena de sol y una enfermera muy simpática me alienta en mi decisión de continuar sin anestesia, de defender mi parto tal cual lo había soñado, llega papá y ahí estábamos todo, con Oscar que llega haciendo chistes, cariñoso, familiar y contenedor como siempre. Contracción a contracción se sentía todo tan surreal, algo mágico, paralelo. Tu papá me alentaba, Norma también, Oscar me leía un chiste larguísimo que no puedo recordar. Ya faltaba poco, ocho de dilatación y aparece Pipa, tu nono, hermano de papá. Él se viste, se fortalece y ahí estábamos, por recibirte, ‘ya estás’ me decía Norma y yo creía que ya no iba a poder hacerlo. Estaba cansada. Me alentaban, tu papá me besaba, confiaba en mí, en nuestra fuerza. ‘Ya estás’ escucho. ‘¡Vamos!’ Tus pelitos empiezan a asomarse, y luego ya tu cabeza, tu cuerpito resbaloso, un cordón larguísimo, que rápidamente Pipa saco de tu cuello. No había que asustarse, no te apretaba.  No podía creer lo que veía, vos salías, estabas fuera, con nosotros, tu papá maravillado, enamorado. Yo me entregué al momento, seguía sin estar en este mundo. Escucho tu llanto, te veo, y estás en mi pecho. Veo tu manchita en la nariz, tu color gris, tu pelito. Encuentro tu meñique torcido, igual al mío. No puedo creerlo, estás con nosotros. Sos perfecta y no quiero soltarte más. Nos quedamos un rato los tres, nos mirábamos, la mirábamos. A las 17.02 ya éramos tres. 

Nuestra vida tal cual la conocíamos ya no existía y nosotros ya no éramos los mismos.
Sentí en mí la química de todo lo hecho, de la fuerza, pero no de la fuerza física, de la fuerza de la naturaleza, del viento, del agua, del fuego, todo fue en nosotras para encontrarnos. Pero fue gracias a tu papá que yo confié en que podía hacerlo; gracias a Norma, que me daba la mano y me alentaba; gracias a Oscar, que sentado confiaba en nuestro poder; y a Pipa, que con todo el amor te recibió en este mundo.

3.196 kilos de perfección, de amor e ilusiones. Junto con vos nació la intuición de ser animal, de cuidar a mi cachorro, de confiar en mi instinto. Gracias al amor de mi vida que acompañó mi embarazo con amor y respeto, nos acompañó con su fuerza y su confianza hasta el día de nuestro encuentro. Ya no queríamos que las cosas sean como antes, queríamos aprender a respirar con vos, a nutrirte y amarte, a ser juntos tres, amor de tres. El 19 de septiembre a las 17.02 nosotros conocimos el verdadero amor.